16 de octubre de 2010

Poemas de la emé, 1.

He aquí que estoy desnuda, quemándome.
Sin importar que tu cuerpo y mi cuerpo no fijen coincidencias,
voy a escribir con un alfiler encima de mis muslos
que nuestras almas copulan hasta el cansancio.
Que te siento más mío que de nadie,
cuando descubres una verdad ciega y me la dices despacito, sin miedo.
Sin importar que a tu boca y a mi boca
las mantengan unidas nada más que las palabras,
voy a contarle a los dioses que tu piel siente lo mismo que la mía,
cuando el terror de la noche me acaricia,
cuando la cama vacía de un solo lado me apuñala las costillas.
Voy a destar el rumor certero, de tus pulmones iguales a los míos,
de mi camino, mejor recorrido por tus pasos.
¿Has sentido esa sutil lagrima mía, aquella noche en que no podía besarte?
Te siento de esa única forma en que es posible que seas para mí.
Te toco con cada parte de esta locura con alas,
de este espíritu desquiciado,
con cada baño de bronce de este monumento a ti mismo.
Y entonces alucino, te poseo sin tregua en medio de un sueño mal teñido.
Te dibujo entre sonidos y nuestras mentes se encuentran,
se transfiguran, se concluyen.
Entonces te vas, te alejas a tu encuentro carnal con el mundo.
Y mis ideas se despabilan, crecen, duermen. Te esperan.

1 comentario:

  1. El cuerpo reclama lo que la mente y el corazón no alcanzan a comprender.

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