Vi la espuma dentro de la batería y tuvo todo el sentido del mundo. Es material, rescátalo. Y estaba golpeando cristales con las yemas de los dedos, dibujando asteroides en infinitos vacíos que de lejos parecen humo.
Luego me di cuenta que había acabado de crear un planeta; me dejé ser tragado por las paredes color melón, un viaje de 360 segundos alrededor de los 360 grados de la Tierra. Entonces empecé a volverme fanático de los huesos, de los protones y de los sonidos que golpean cuerpos hasta atravesarlos y acariciarles la médula, volviéndolos poesía. El problema es que eso era muy cansado, y fuimos concluyendo ciclos al compás de las rosas, al nacer de los escondrijos y sus inquilinos invisibles.
El instinto habla de un miedo adquirido, de sus manos y regaños, los atardeceres de limón y los años que ansiaban por ser hora y parecerse a lo que habíamos estado deseando.
Vuelas adyacente a los acertijos, al pasado que se clava y desgarra lo que separa el ayer del mañana, ¿por qué no iba a querer ser la estrella de todos los futuros jamás posibles?, la que te ayuda a borrar las huellas que dejaste cuando ibas saliendo del infierno.
Luego el banquete tornasol que nacía de los dibujos del cemento, la madre vuelta piedra, impenetrable y fría. Escucho mi voz que se funde con la eternidad de las posibilidades, presas de un infinito que se repetirá hasta donde no cabe la razón
Y mi voz que madura
Y mi voz quemadura
Y mi bosque madura
Y mi voz quema dura
Perdón X., lo tenía que hacer.
No fue el tumulto ni el vaivén de los pulpejos, el cuerpo vacío o el esqueleto carcomido por el ansia del ayer que desespera por inmiscuirse en los valles y veredas del cerebro para encontrar su latido, el potencial que habría de darle ritmo a sus cadenas y embarazarse una y otra vez de manos sosteniendo otras manos y de ojos frustrados por no ser capaces de conocer el sabor de unos labios.
Entonces ocurre, el espacio te aborta hacia él y te desintegras en un millón de estrellas, buscando alguna fuga para intentar encontrarse y volver a ser lo que alguna vez fueron.
Y el infinito se acaba, se pausan las repeticiones, anhelas el calor de aquellos brazos y encuentras el equilibrio mientras vas llegando a la matriz.
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