3 de julio de 2017

NAINEN


Y luego ser breves en la contradicción del tiempo que se tuerce y te culpa por haber negado al cielo.
Se amontonan los vacíos y te llenan el tórax de universos con reyes marchitos, héroes que se marchan y corazones que nunca aprendieron a latir.

Palpar la distancia, ansiar el esqueleto, la lluvia caótica, la saliva, el hambre, ser testigo de como se alinean los planetas, dejar ser cegado por las luces del norte, fogatas y bombones, cenizas que se amontonan y vuelven a ser lo que una vez fueron.

Y mañana el ansia no ha desaparecido, te exprime el sudor de las entrañas e irriga tus cavernas hasta ser diamantes sedientos por explorar otras cavernas y enamorarse de sus infinitos.
Entonces la carne se vuelve humo, se mezcla con los muros y te envuelve entero, te susurra, te canta, te ríe y llora el miedo de no merecer lo que estás sintiendo. Pasas tus manos por su cabello, ves el sol en sus ojos, descubres panacea en su cuello y de pronto ya son uno solo.
El universo nace, se expande, se contrae, muere y vuelve a nacer.

Y se repite.
Y se repite.
Y se repite.
Y se repite.
Y se repite.

Sientes que tal vez sea tu culpa. Sientes que los vacíos se amontonan y el tórax te reclama el espacio que debían ocupar los pulmones, el latido que debía tener tu universo con un rey, que aunque marchito, se volvería el héroe que jamás habrá de marcharse, con la misión de enseñarle a tu corazón como latir.

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