1 de octubre de 2016

RAPU



Se preparaba una nueva oleada, de las que te envuelven poco a poco a la distancia, como una cobija de hormigas que de pronto te tiene cubierto hasta el cuello con sus minúsculas huellas, intentando escapar sin morir a carcajadas. Luego te encuentras en un laberinto de rostros conocidos, caricias nuevas, sentidos que habías olvidado que existían.

La carretera no estaba lista para despegarse aún del planeta. Fuimos capaces de ver las estrellas después de haber escapado a escondidas de la ciudad, con sus arañazos llamándonos infames y arrancando la oscuridad del cielo, su murmullo, sus banquetas y avenidas llenas de vacío.
Y de pronto ya empezaba a extrañarte.

No sabía como habría de respirar sin saber si estábamos respirando al mismo ritmo, como iba a imaginar tus ángulos si tan solo iba a encontrar bordes romos, curvas y laberintos sin tu esencia que habría de restarle grados y acertijos.
Como iba a saborear la música, el humo, los domingos en el centro y toda esa vida que solemos ansiar al caer la tarde, desnudándonos de la nostalgia por su inverosímil tangibilidad, siempre recordando que la vida no se toca.

Sabía que no podría dormir en cualquier cama vacía de ti, por la costumbre de tenerte tan cerca y abrazarte sintiéndome completo, exento de cualquier deseo terrenal.


Una vez leí que todas las miradas terminan en una estrella y que por eso todos somos el centro del universo. Podemos estar formados de teóricas espumas y a la vez, ser parte de una teórica espuma que al unirse con otras, está repitiendo nuestra historia desde siempre y para siempre.

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