Ya llegué amor, la columna se volvió un desorden de ansiedad que titila
viejo a la sombra del pasado.
En la red de noches donde eres presa, el agua se transforma en aire y
pretende sentir el infinito. De pronto las nutrias ya no bastan, ni los
semáforos, ni la desnudez vestida de amargura destrozando el alba roja.
En el fondo está el misterio de una esponja verde, el acuario donde los
peces son de poesía, con relámpagos en sus corazones que los hacen latir al
mismo tiempo.
La noche respira, se quita las espinas de la espalda y suplica, llora y
canta, hacen erupción los volcanes más precisos, se inventan más teorías, se
crean nuevos dioses y una virgen martiriza el brillo de la penumbra enmohecida,
así como sacudes los pies que húmedos te caminan.
Entonces comprendemos lo absoluto, la fascinación que no se olvida.
Vemos como una canción atraviesa el universo y regresa para irse de nuevo. Hay
sonidos centrifugando el esqueleto, haciendo metáforas con la reina de
corazones que por la herida del tiempo escapa.
Ya llegué amor, cobijo tus manos y la noche se resuelve como una
emanación de agua; tu risa se convierte en río, me olvido del frío y entonces,
sonrío.
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