26 de julio de 2016

KALASTAA



Me arrancaste del suelo como violando una flor para arrebatarle el mundo. Mientras predecía el caos que se avecinaba, me fuiste reconstruyendo pieza por pieza con tus dedos. El aire venía de oriente y tus ojos lo forzaban a entrar en los míos. Rojos de humo, atentos a la espera del cataclismo, la religión que se entiende con la ciencia, la conciencia desabrida del hábito lleno de esperma, un dogma que no se cansa de nutrirle magia al niño.

Miré al cielo y seguías caminando en la atmósfera, como violando al mundo que inventaste en mi cuerpo con los poros llenos de alfileres, los puentes rotos, la verdad que creíste mentira y todos los años en los que te vi desparecer incontables veces.

Tal vez olvidé la sencillez de los días, pero me arrebataron el aire tus pulpejos de poesía. Creí que la locura bastaría para perpetuarte el arte en la osadía, mientras una revolución de padeceres se apoderaban de mi cuerpo y olvidaba como sentir el frío. Me volví espeluznante e infinito, llenándome el pecho de vacíos e interminables laberintos. Una cabeza quería explotar, también la otra, hacer erupción en tus volcanes marchitos, ser vorágine, fantasma de esqueleto para ganarle una carrera a la luz y entrañarte esa velocidad en el alma que se apaga cuando muere de miedo.


Nunca he creído ser el más simétrico de los sonetos, pero puedo escribirte un cielo lleno de todo lo que siempre has querido imaginar.

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