16 de junio de 2016

STINGER



El calor no se volvió mundo, eras tú con las manos tan llenas de nada, que al tocarme me volví todo. Se esfuma el frío y la vida se amontona en los fotones, nos penetran y vuelven inexactas las miradas, esa luz de asomo, el retrato en la repisa donde aguardan los infames.

Tan poco probables eran las tenazas y sus alacranes, que preferí quedarme mudo al verte relampaguear como la más inverosímil de las tormentas.
Puede ser que la migraña nos mate el ansia y desespere a las ciudades que no te tienen, las que son ajenas de nosotros, pero no de mi, donde te espero en los cafés más ocultos pensando en como sería respirarte.

Mueres y renaces con una gracia que recuerda a los días por venir, donde la noche nos cobija y apalea enteros, nos asusta y sonríe con arrebatos de miel y petróleo.

Eras tú, con los ojos de serpiente mirándome rincones que desconocía, enseñándome el reflejo de mis abismos, la entraña caliente que palpita y sangra, llenándome las arterias de una intensidad que envenena de poesía.
Eras tú, la casualidad más inexacta, la cualidad más austera, pero más compleja que el terror absurdo de las noches.


Entonces me siento libre al mirarte desde abajo, mientras tus ojos me encuentran desde arriba, con el miedo extirpado sobre el suelo mientras el frío se bate a muerte con el pavimento. Luego tus manos tan llenas de mí se entretejen con la red cósmica, me alzan al infinito y entonces comprendo la nebulosa, el eterno sistema que se repite silencioso.

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