El calor no
se volvió mundo, eras tú con las manos tan llenas de nada, que al tocarme me
volví todo. Se esfuma el frío y la vida se amontona en los fotones, nos penetran
y vuelven inexactas las miradas, esa luz de asomo, el retrato en la repisa
donde aguardan los infames.
Tan poco
probables eran las tenazas y sus alacranes, que preferí quedarme mudo al verte
relampaguear como la más inverosímil de las tormentas.
Puede ser que
la migraña nos mate el ansia y desespere a las ciudades que no te tienen, las
que son ajenas de nosotros, pero no de mi, donde te espero en los cafés más
ocultos pensando en como sería respirarte.
Mueres y
renaces con una gracia que recuerda a los días por venir, donde la noche nos
cobija y apalea enteros, nos asusta y sonríe con arrebatos de miel y petróleo.
Eras tú, con
los ojos de serpiente mirándome rincones que desconocía, enseñándome el reflejo
de mis abismos, la entraña caliente que palpita y sangra, llenándome las
arterias de una intensidad que envenena de poesía.
Eras tú, la
casualidad más inexacta, la cualidad más austera, pero más compleja que el
terror absurdo de las noches.
Entonces me siento libre al mirarte desde abajo, mientras tus ojos me
encuentran desde arriba, con el miedo extirpado sobre el suelo mientras el frío
se bate a muerte con el pavimento. Luego tus manos tan llenas de mí se
entretejen con la red cósmica, me alzan al infinito y entonces comprendo la
nebulosa, el eterno sistema que se repite silencioso.
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