El reflejo
impuesto que alguna vez amenazó con absorberte, robarte el aliento que habría
de entrañarse en tus pulmones, la ignorada castidad, el universo en la matriz
ajena, pero tan propia que desespera en los labios por el pezón materno.
Y son
lanzados al vacío, no como el vacío que llena el estómago los domingos por la
tarde, con el ansia que violentamente aletea como un vaivén de asfixia y sueño.
Así son
lanzados al vacío, la entrepierna comprime un cuerpo después del otro o una
herida profunda los expulsa ciegos, uno después del otro.
Luego la
terrible asfixia, la desesperación por haber perdido el océano, tan de súbito
que les abre el pecho tras un grito agudo que termina en llanto, tan traumático
que habrían de olvidarlo.
Pasa el
tiempo y junio te adopta pero mayo te reclama. Creces y te entregas a la noche;
habrás de sentir incontables miradas mientras eres poseído en la penumbra entre
los muros, sin poder decidir si abortarte de un salto o probar el disfrute de
la soledad que te desgarra.
Habrás de
amar siempre el reflejo impuesto, el recordatorio de una alternativa, la sombra
doble, la dulce alfombra donde aprenderás a caminar.
Luego estarás
sólo, verás como una estrella se hace polvo y colapsa el universo, al igual que
colapsa el humo en el pulmón negro.
No sé cuántas soledades habrás de sufrir, pero tenemos toda una vida
para llorar.
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