30 de agosto de 2014

Ecogiro


El frío te come la entraña, fractura el hueso, hace nevar saliva. Y estamos de pie en la noche, esperando el perdón universal, bajo el olvido cósmico en este invierno que aunque no sea eterno ya está coronando al mundo, fontanela que colapsa, como dos placas tectónicas que encuentran sus fronteras, fuente que se rompe en agua sin bomba que la cuele.

Somos la espiral del tiempo que centrípeta retuerce al vientre de un fantasma.

Cavamos en el suelo una angustia, para sepultar la imaginación que viene a serlo todo, para luego ser nada y finalmente, estallar en colores al otro lado del mundo, donde la noche secuestra al día cuando acá despunta el alba, donde apuntan los ojos en dirección a un sueño, a un miedo cercenado en la penumbra, de pájaros estrellándose contra las ventanas, de palabras sin sentido que asustan a los enamorados cuando los encuentra una madrugada.

La noche vuela y con ella el recuerdo de una vida fraccionada, el espasmo infinito del tiempo que ríe y llora al compás del reloj, al sonar de la campana vespertina, al despertar de una almendra que ya se cansó de ser almendra.


Que me agarre la noche, dijo la necesidad de hablar sin llorar el pecho a la vereda, porque arrojarle piedras a la tarde no golpea la pupila que atraviesas.

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