Soñaste
con un campo de aciertos que apostaban al sueño duradero de un por siempre,
pero nunca creíste como sería si le dabas forma en tu cabeza.
Luego
permaneció intacta la cordura que añorabas destrozar por la mañana y juntar sus
piezas por la tarde, pero nunca entendiste que la clave de mantenernos cuerdos
es cantar ruidosamente con la voz que suplica escalar por la garganta hasta la
infinidad del exterior, en un intento por llegar al otro extremo de la ciudad,
convertido en una escala infinita de tonos y colores, de cuentos que se viven,
de tormentas que no deben llorarse.
Sin
embargo, siempre supiste del efecto de la música en tus arterias, como se
transforma en una cálida sobredosis de ritmos que fluyen desde la piel hasta los
huesos, como su vibrar te sacude hasta el sosiego de un sabor que se inventa de
repente, que te irriga los sentidos, que te vuelve invencible.
Descubrimos
que la música tiene muchas formas, muchas facetas. Mi favorita la encontré en
la menta una noche que su vapor se estremecía con la luz y el sonido. Era
marzo, y ya te conocía. Ya vivía privado del aaroma de tus pasos que se iban,
del dulce restriego que me haría sucumbir ante el miedo de no verte.
A
veces quiero invadir el espacio; la mirada se vuelve eterna y una estrella planea
caer con la noche, así como cae la magia y nos atraviesa enteros, desprevenidos,
como nos ahoga la rabia de amar, como inventamos ciclos, las incontables veces
que todos los corazones del mundo han palpitado al mismo tiempo, como nos
prohibimos el sentido, nos castigamos el otoño, como revive la cuarentena de un
amor que sucumbe, de un maizal que arde con la angustia de un venenoso olvido.
Entonces
dejo de creer en la carne y transformo al tiempo en religión, un palpitar
eterno, un flujo infinito de sabores que llenan de calor la humedad en la
garganta, que la revitalizan, que le suavizan el acento y le exprimen la música
que mejor suena en la marea.
Con
la menta vi el principio del mundo y el llanto de un poema, el entierro de los
inocentes, el exilio de los santos, el arte en la carretera, la sensación de un
hueso que se rompe de alegría, su crujido, el aroma en su catarsis, como una
almendra que arde y palpita diminuta en el fondo de una caja inadvertida, se
vuelve para siempre.
Quiero
tocarle el alma al tiempo y creerme su mentira.
Fascinante
ResponderBorrarSandman.