5 de diciembre de 2012

Instructivo (destructivo)



Para empezar, hay que volver a aprender como confluyen los cristales en el viento adormecido, pensar, tal vez, que ya no quedan vestigios de la historia escrita por la piel y los huesos. Que pena con la nostalgia que no se siente, lúcida en la manía de los despertares infinitos; así se adormecen las ideas. Así nos sentimos a salvo.

Para seguir, hay que alejar las penas del talco en el epitelio del viernes por la tarde, acordarse como exalta los sentidos, como hace parecer que la luz tenue que se inmiscuye quisiera llorar un cuento, como calienta más que un cuerpo, como hace estremecer más que el frío de la ausencia.

Para terminar, hay que descomponer los elementos plásticos del comedor, rogarle a octubre que no muera, hacer isquemia con los tumores y llenar de almendras el cuerpo de tu amante. 

Al final nos damos cuenta que no existen los principios ni los finales, que no importan las secuencias, que tan sólo hay que creer que se va a llegar a algún lado, que existe un camino aunque sea invisible, que no estamos ciegos, que a pesar de todo, nosotros ya eramos mucho antes de existir. Que podemos ver con los demás sentidos.

Deberíamos volver a casa; ya nadie pregunta por nosotros.

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