Muchas veces me han preguntado cómo le hago para escribir. A
veces les digo que empiezo por el título, otras que empiezo por una frase que
poco a poco voy disfrazando con una coraza de ideas y de palabras, pero la
mayoría de las veces les digo que no se.
Puedo escribir de cualquier cosa, de lo primero que vea o de
lo último que recuerde; puedo escribir sobre una silla, sobre el invierno que
va naciendo, sobre la coca-cola de dieta que está encima del escritorio o sobre
ese niño que acaba de pasar corriendo; puedo escribir sobre ti, puedo escribir
sobre él, puedo escribir de mi primera vez, de tu primera vez, de nuestras
múltiples veces; también puedo hacerlo sobre un grano de elote, sobre un kilo
de alfalfa, sobre la luna de octubre que nos cobija con su calor que
inventamos, con su locura que nos mata, sobre las fiestas, sobre mi madre, sobre la calle, sobre un papel,
en un libro, en los aparatos, con un gis en la banqueta o en el pizarrón, en tu
cuerpo con mis uñas o en su cuerpo con mi lengua, en cualquier lado que me
permita llenarle de letras y música, miel, almendras, pájaros y renglones.
La realidad que vivimos la inventamos cada día, es una catástrofe de recuerdos y de risas que en conjunto escriben el entorno en el que estamos. Ya no podemos serle fieles a las legumbres de la esquina, mucho menos a esas manos que nos dibujan cada noche la osadía por un intento de existir en la esperanza del amor, porque también puedo escribir sobre el amor, sobre el desamor, sobre el armar y el desarmar, sobre el amar, sobre la mar donde flotan los sueños de la noche, sobre el coche, sobre el derroche, sobre el reproche y sobre el broche que quitaba de tu pelo aquellas noches. Ser fiel consiste en castrarse la lujuria ajena y arderle la pasión al cuerpo que te desnuda, morderte las uñas o morderle el hueso a la aceituna de aquella copa que te embriaga.
Despedazarnos la ansiedad no cuesta nada, lo que cuesta es servirnos en bandejas y añejarnos en toneles que hablan otros idiomas, decir cosas con sentido, escribir con la más verosímil de las ideas, vivir la vida que soñamos cuando jugábamos en la alfombra y nuestra mamá nos llamaba para darnos jugo de guayaba.
Muchas veces me preguntan cómo le hago para escribir, pero no entiendo porque yo no sé escribir, sólo se portarme convulsivo en el teclado y rodar los ojos con las luces parpadeantes del monitor en el pasillo.
Adiós por ahora, alcanzo a oír que el niño que pasó corriendo ya viene de regreso.
Y se está riendo de nosotros.
Aunque yo aquí esté solo…
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