22 de noviembre de 2012

Poema meloso No. 5



Puede ser que tenga el mejor de los comienzos para atrapar la imaginación volátil y austera, para atrapar la pasión pasajera con las palabras más bonitas que se me pueden ocurrir, pero temo que se haya escrito antes por otras manos, por otro cielo, que se haya pensado antes por otra cabeza, que se haya sentido antes por otro corazón, por otra vida inflamado en el papel, codificado en la pantalla de algún monitor o amasado en la desesperación de algún cuerpo, pero no importa; y es que al preguntarse quién podrá curarnos del fuego sordo, decir que la locura puede ser un triángulo o un perro, una multiplicación o la avena del desayuno, o decir que el universo es un tornillo o que si nos mordemos el dolor sabe dulce, suena tan bien y duele muy adentro, como el ansia que espera explotar tras meses de retraso como el ciclo de las prostitutas, como la nostalgia de no tenernos cerca.

Nuestra locura sabe a martes cuando debería saber a domingo, y el dolor se siente como un pétalo embarrado en las manos, lentamente convertido en un fantasma enrojecido. Nos enajenamos el soñar con aceitunas, hacer papalotes de piedra y hacerlos volar aunque no haya viento, pero nadie ha amado tanto la distancia diminuta entre dos cuerpos como los hacemos nosotros.

Me basta con sentir tu piel volverse perfecta con el imperfecto tacto de mis manos imperfectas; nunca te lo dije, pero creía que ya lo tenía todo hasta que toqué tus manos, que ya lo había visto todo hasta que me desnudé en tus ojos, que ya lo había vivido todo hasta que te viví a ti, luego sentí como si apenas fuera naciendo. Así fue como quise andar contigo; luego encontramos juntos el universo en todos lados; en el bullicio de las calles, en la simpleza de las frutas del mercado, en el sudor, en los videojuegos, en la sonrisa de los niños, en la mugre de las uñas y en las trompas de los elefantes.

Nadie mira el cielo como tú y yo lo hacemos, en el ángulo que forman nuestras miradas, noventa grados de amaneceres y el resto ya es la misma vida.

Aprendí a pensarte más allá del sexo, te sentí más acá del palpitar. Tu corazón ya me latía cuando te dije “me llamo Miguel, pero tú puedes llamarme por las noches”.

Y a pesar de la perfección que me regalas, sigo siendo el mismo; tengo el mismo perro, los mismos gatos, lloro por las mismas cosas, me siguen dando asco las calabacitas, aún siento fascinación por la misma poesía, por la misma música y todavía me gustan las hamburguesas con mucho limón.

Pues sí, puede ser que haya tenido el mejor de los comienzos para atrapar la imaginación volátil y austera, pero como es volátil y austera, perdóname, que ya volví a perderme en el sueño que tus manos me exprimen.

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