3 de enero de 2012

De la verdad y otra nostalgias

Me acuerdo de aquellas veces cuando mis ideas eran más concretas que el concreto mismo, tan rígidas que al echarles agua olían tan rico que despertaban en todo humano un antojo irracional por el carbón y los gises, así como se antoja la tierra húmeda. Pero poco a poco se fueron desprendiendo esas ganas furiosas de sentirte la piel no más lejana, al mismo tiempo en que se fueron desprendiendo mis zapatos del concreto.

Ya no podía inventarte más porque ya te había inventado por completo, en cada habitación en que desfragmentaba mi ansiedad por sentirte cerca, en un intento absurdo por saber a qué podían saber tus labios al probar otros labios, por saber que podía sentir mi cuello con tu lengua al probar mi cuello otras lenguas, pero fue imposible.

Y a pesar de que sabía que sabrías igual al resto, al final me quedaba sin saber nada más, porque ya no me quedaba nada más que saber, y tú nunca supiste nada. Había sido imposible reinventarte nuevamente, porque ya te había inventado muchas veces, y yo seguía estando incompleto.

Me acuerdo también de aquellas veces cuando le escribía al viento y le cantaba a los atardeceres desde el puente, cuando era un intento más de poeta, como muchos de los poetas que suele haber, ¡Oh, el viento! Me acuerdo cuando se infiltraba sigiloso por la puerta y me poseía entero, y volvía mis ojos blancos hacia el cielo y me hacía convulsionar en historias bien chingonas encima de cualquier pedazo de papel, sin desintegrar las ansias burdas de no ser lo que ya había comenzado a ser tiempo atrás.

Te me fuiste inmiscuyendo poco a poco en las ideas, y así fue como se fueron enamorando de ti mis contornos. Pero no tenía caso casarse si no existe una casa que llenar de ropa sucia y donde entiesarle las cortinas cada noche, por ser lo único a la mano en que limpiar el delirio pasional del que las parejas suelen ser presas.

No, no es sorpresa que ya no se me antoje descifrar el misterio de tus lunares, ni de ponerle canela al café como te gusta, ni de escuchar las canciones que nos hacían llorar jubilosos por la noche, porque tarde o temprano tenía que darme cuenta de los imposibles. Y es que tú eras imposible, y yo estaba ciego.

No, ya no me jacto de que íbamos a ser los protagonistas de una historia que si alguien la escribiera no tardaría en volverse un Best-Seller, ni de que ibas a alucinar con mi cuerpo más que con cualquier droga , ni de que íbamos a ser presas incontables veces de la ignomiosa adrenalina.

Ahora ya ni el recuerdo de lo que quería creer me queda, tan solo se queda la nostalgia de no tener lo que nunca sucedió.

Ahora estoy aquí, intentando perpetuar sonrisas por los recuerdos falsos del ayer. Por los recuerdos falsos del mañana.

Pero no pasa nada, aquí yo estoy muy bien.

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