
Desaparecer un rato, complacer el final de uno mismo que se autoseduce, que tiembla por la automaticidad de sentirse la epidermis propia. Dibujar una línea entre lo invisible y la fiebre de los jueves, de su noche rara, pobre de sentido y llena de obviedades que no existen.
Convertirse en jadeos, con cuidado desnudar el cielo ennegrecido, vestirlo de algodón y cachetear al tiempo, para entonces volver hacia atrás, violentamente digeridos.
Desaparecer un rato, desesperados por escribir crepúsculos, soplar papeles llenos de asteroides, desaguijonar insectos, crucificar las ideas y alimentarlas de vino, por comprar escocés en la calle y volverlo sérico, tomar un taxi al final de la cuadra, por etilizarse el alma viajando a cien por hora con la luz rojiazulamarilla y rojiazul y blanquiazul de los semáforos, las ambulancias y el resto de los coches iluminándonos los rostros y cuerpos extasiados en carcajadas.
No hay nada parecido a emborracharse en los taxis.
Encontrar el origen del universo escondido en el epicentro de alguien más ya no basta, ni fumarse a la madrugada, ni hacerla luz en los pulmones, ni inhalarla en atardeceres ni volver a alucinar con ella vuelta noche otra vez. La satisfacción está oculta en el ser pensado por alguien más. Sólo así se existe. De verdad. En el ser humano.
Luego te veo, me ves, nos vemos, nos ves, nos veo, nos ven, los vemos.
Y luego nos vamos, pero ¿a dónde? a dónde no ocurran tragedias como la del mar, como la de ser humano, a donde aún existan las nutrias, a donde nos persiga la rabia por la música en nuestros contornos, a donde ya no encontremos culpables, a donde haya una mejor selección natural.
Así somos presas de la devoción, que si es de azúcar, no importa ya caer al fuego; nos volvemos crisálidas, pausados en el tiempo, como la prehistoria de los órganos.
Desaparecer un rato, complacer el final de tu autoseducción que sucede a la mía, que seduce la automaticidad de mis manos tocándote la serenidad en la piel jadeante.
Con mis manos poco a poco voy borrando la línea entre tu cuerpo y la fiebre de los jueves, porque de repente ya no eres invisible.
Y así podremos desaparecer un rato, indefinido.
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