8 de julio de 2010

HIDROTRANCE

La cabeza evaporada en el cosmos de los muros, apoyadas sobre el pavimento las manos voluptuosas y el cuello adolorido sumergido en el canto de los tiempos. Lentamente se me desprendían al ritmo del reloj las células a licuarse en la marea del océano; estaba suspendido de los vértices del cielo, tenía la mirada pegada en el oxígeno caliente y así fue como me fui desarmando poco a poco. Y allá abajo, en la marea, en las aguas vespertinas, me di cuenta del alarido adolorido. Ya no habías más cuentos que escribirte. Y me fui corriendo hacia la brevedad de los cristales, a intentar rescatarte de las garras del silencio, a vestirte con la naturaleza muerta del entorno enmudecido. Tenías el intestino repleto de mariposas y los pies plagados de larvas grises. Se veían como el corazón de los girasoles; y son los girasoles la verdad de tus manías, la introspectiva tan aturdida de la que fuimos víctimas. Ya no había más poemas que contarte. Tan solo nos quedaba el agua donde estaba todo; las caricias que te hacían caer, nuestra forma tan especial de hacer el amor. Tan solo fuimos presas de su centrifugante elipsis. De su parpadeante lisis. Una praxis sobre el corazón de los infames. Y de repente me quedé sin palabras y con tantos sentimientos congestionándoseme en la punta del aliento, y volví desesperado a buscarte en el silencio. Y recordé lo aburridos que estábamos de amarnos con el cuerpo, de hablarnos con la boca colapsando los colmillos, de sentirnos las entrañas abatiéndonos las lenguas. Por eso sumergí la mirada en la centrifugante elipsis donde fueron goteando lentamente cada una de mis células desprendidas. A donde fui yaciendo en trozos diminutos. A donde me transformé completamente, y para siempre. Al final te encontré en la espesura del cristal… ¿recuerdas la sonrisa que esbocé al mirarte? Era de picardía, era de manía, era de erotismo arrebatado por la arteria pulsante en mi cabeza. ¿Recuerdas la manera en la que te fui destruyendo hasta hacerte pedazos? Los cristales se precipitaron a mis pies, y así fuiste cayendo poco a poco en el cemento, y así nos hicimos presas otra vez del sexo repentino, del sexo vespertino, del sexo serpentino, adolorido, arrepentido… Otra vez nos volvíamos eternamente breves, infinitamente lascivos.
Irónicamente volvía a ser feliz

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