10 de mayo de 2010

Poema desesperado No. 1

Hoy tuve una urgencia. Una desesperada irrigación me alcanzó de súbito, un arriesgado bombardeo de escenas, un cansino gemido a lo lejos, una estrepitosa epifanía de arrebatos indeseados. Fue una ansiosa maraña de emociones y de encuentros, de mareos, de angustias, de deseo. Hoy tuve una desesperada urgencia de sentirte como antes. Tuve que salir corriendo a desarmarte con el aire, a infiltrar el día en mis intersticios para colapsar tu imagen deshonrosa, tan mohosa, tan graciosa, tan eternamente seductora. No quería quedarme postrado en la madera a la espera de una cura a los males de tu ausencia, ni a los gestos de tu indómita perseverancia, suculenta, edematizante persevero que se esconde entre la glía. Quise arrastrarme suavemente a tu ventana, volverme un intruso de tu cama, profanar tu cuerpo una vez más, cobijarte con estrellas, calcinarte con el sol más tarde. Arroparte con mis brazos en la agonía de tu desesperación. Entonces le hice el amor a tu recuerdo con las manos, te amé una vez más como solía, pretendí sentir tu cuerpo azotar mi piel, perderme en el abismo etéreo de tus pupilas mientras por tu boca se escapaban tus demonios. Quise ser eterno otra vez, dos veces, quinientas veces, lo que duró la confabulación de escenas sentenciantes, amagantes, blasfemas, obscenas, tan bellas como las pude recordar. Intenté salvarme, pero no pude. Intenté ser fuerte, pero no pude. Ya no me salva la ausencia de tu infortunio, ni el regazo de tus ganas olvidadas, ni el andar de boca en boca, ni el recuerdo de tus labios magullados, ni el de tus manos flacas, ni la angustia que se fue volando ni el dolor que se murió cuando vi tu espalda perderse en la espesura de la noche. Tan solo me salva lo tangible de tu imagen efervescente, la que admiraba, la que me admiraba. La que me amaba.

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