29 de enero de 2010

Plurimonios.

Ardiendo. El vapor calcinante brota por mis dedos,
seduce las líneas de mi mano, cobija los nudillos, se agota.
Crece una llamarada encerrando mi cuello, sofocando la almohada.
De donde se sostiene el humo, hacia donde fluye,
en que espacio se cuela por las rendijas del viento.
Y es entonces que me canso, que beso tu silencio, devoro tus entrañas.
Apaciguo a duros golpes esta piel que se estremece,
detengo el temblor impúdico de estos muslos escuetos.
Sepulto el miedo en mi útero calcinante,
muerdo tus parpados,
deshago tus manías.
Acaricio tus lunares,
sostengo todo el peso de la luna
en la línea impar de mi esqueleto.
Desnudo las sombras en la estancia,
bebo el líquido de tus pupilas,
coagulan en mi rabia las tenebrosas ideas del tiempo,
fulminan los ángulos de pólvora ,
se erizan los candelabros del desierto,
encienden sus luces los pasillos subterráneos
y deshaces eras y rehaces horas
y labras con tus pinceles calientes en el relieve de mis rodillas,
angosto cimiento de carne, antiguo rey de mis fisuras,
la danza filofobica que habita en el esmegma tieso de tu resignación.
De madera y saliva, muchedumbres y espejos,
te deshace el humo y entonces no te tengo.

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