29 de enero de 2010

Inovulo.

Sin camino, sin luces, sin zapatos, sin señales, sin deudas, sin flores, sin guerras, sin cargas, sin alas quebradas. Fue la explosión de células infames que la hizo pedazos. Los daños colaterales, eso y la maniobra falangista de no saber hacia dónde ni con quien y en todo caso, ni siquiera cuando. Y sentir como la sangre regresa de golpe y entonces, dos sombras nuevas, un par de lupas atrofiadas, mohosas y secas que le impiden ver lo mismo que le impiden llorar. Experimentar un disgusto por el sol, por la risa ajena, por el color rosado en las mejillas de los niños, por el fulgor de las plazas en que vierten sus cursilerías los enamorados. Las pupilas inmersas en la apatía, el calor sofocándole el cuello, las ranuras hipócritas de las nubes, la conciencia solida, los malos sueños, el mal tiempo, el tiempo bondadoso, el tiempo fetichista, el tiempo abandonado, el tiempo impávido, el tiempo de escuela, el tiempo lechoso, el tiempo mal parido, el tiempo ausente; no cabe aquí ni un montoncito de arena. Se entrego a la fragua del mal tiempo, se diluyo en la banqueta, evaporo y fluyo en una azotea sin vida, cayó encima de un suelo sin espacio, no despertó. Intento brotar de los dedos de la muerte y le fue imposible, quiso escapar y la virtud de salir corriendo la abandono; se quedo. Se le está pudriendo la piel ausente de caricias, la lengua amortajada de cenizas no desborda ninguna pasión, se entreabre el abismo capaz de existir entre los pilares de sus muslos y entonces tiembla el miedo, se esconde el encuentro hedónico y sigue medio muerta, medo yerta, medio salada, a medias hecha mujer entre un cumulo de masculinos gestos.
Imposible descifrar su orgasmo cismado.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario