(Para las discípulas de Safo)
Suspendida en el vaivén de dos caras, se muerde los labios imperiosa. El aire quema fuerte y pulveriza las yemas duras. Es la agonizante partida del adiós celeste, la bienvenida del consuelo eterno.
Se edematiza el ego, se fibrosa la calma, se distorsiona la sonrisa ajena que recelosa mira el caos prestado, la angustia corriente, el celo furtivo. La campana suena y con los ojos bajo el velo mira los ojos bajo el velo, y se muerde los labios imperiosa, y se moja arrebatada el monte llano. Y con la mano bajo el vestido toma la mano bajo el vestido y bajo el vestido le desviste imperiosa con la vista la carne de blanco vestida.
La campana suena y Venus retiembla y Marte sucumbe y la Tierra camina. Alguna poetiza griega renace en la isla de Egeo y alguna diosa hambrienta devora serafines que el cielo no salva.
Y descubre los ojos bajo el velo y descubre los ojos bajo el velo, y sedientas de perder el juicio, corrompen la espiral del centro vertiéndose en el centro de la otra, y ya no son ajenas, y ya no son limítrofes. Y el mundo retiembla ante su homogéneo centro que recién culmina.
Las montañas y las lenguas le declaran la guerra al abismo del que ahora todo empieza.
Y violentamente, se vuelven homogeneidad efímera.
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