¿De qué manera nos perdimos estos dones? ¿Con qué fuerza hicimos frente sobre este rojo alfombrado de caucho y pólvora?
¿Cuántas veces tienen los gusanos que ser de tierra para renacer al mañana retorcido, al mañana fluctuante, al mañana espiralado de los cantos anhedónicos que persiguen las bestias en dos patas?
¿En dónde, y con quién, se suicidan estos brazos vacíos, estas manos incompletas, suspiros inconclusos, exhalares catastróficos, rellenos de cabellos marchitos y de flores quebradizas?
Son las aguas a la deriva las que ahuyentan las andanzas de los astros celestes, porque son de agua las maravillas restantes de este mundo impar. De este mundo estrato.
Con ellos huyen las palomas desplumadas, los abrigos sin entrañas y las pieles escamosas sin colmillos ni fluidos, sin pestañas, sin espasmos y sin patas.
Conmigo vuelven los andares carroñeros, asesinos, pútridos e infames, de los campos siniestros del folklor amargo, con las garras rojas, con el abdomen pleno, con los pulmones inflados de rabia y agonía.
Contigo huyen y vuelven las fábulas punzocortantes, los pasajes pornográficos de la biblia, las metáforas de los poetas muertos, las canciones de los artistas drogadictos, los trazos de los actores pervertidos y las notas de los pianistas homosexuales.
Y en tus labios se retuercen las palabras, como espirales de plata, gusanos espasmódicos, arte abstracto, cubismo y paralelismo insatisfechos.
Y sobre el campo, en la trinchera, tras las casas de madera, tras los humos de diciembre, tras los gritos incoercibles, tras las piernas destiladas, tras los pinos sucumbidos, tras los besos prometidos, rítmicamente nos volvemos presas.
Y tú, sobrevaloras mis placeres, y yo, me rindo a tu respiro, y ellos, se atraviesan con la muerte anticipada, la muerte recelosa, la muerte incorregible.
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