Hay quienes pierden la cabeza al ir cayendo; si paran de
imaginar los paradigmas ocultos del ojo, acaban por cebar el horizonte que va perdiendo
la guerra contra el nacimiento. Hay quienes pierden la cabeza al ir cayendo, y
hay quienes la pierden al intentar subir al cielo.
Aprendimos a construir un imperio en nosotros mismos,
recordando el montón de asteroides cuando la brisa estratosférica nos formó el
ansia y nos clavó la vida en las entrañas, tan adentro como un desorden de
pixeles y paradojas que, en el fin de los tiempos, habrían de volverse colores
pastel sabor a carne.
Nos damos cuenta del esqueleto, nos enfurece, estorba y
ensordece el ánimo con sus esquinas, nos seca al aventarnos a un vientre lleno
de galaxias, con explosiones infinitas que se repiten como se repite la
descarga eléctrica en un corazón aprendiendo a latir. Luego queremos saltar por
la ventana, evitar el vacío y volvernos parte de la Super Nova para pedirle
permiso de volver a nacer.
Nos asustan los espíritus, se nos rehidrata el hueso y la
ventaja de ser libres se convierte en un fenómeno irremediable, porque la
libertad no es una virtud en tiempos de necesidad.
Con el tiempo te darás cuenta de cuán insaciable es la sed de enclaustrarnos
en el infinito ciclo de las repeticiones.
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