
La vida se suspende en un hilo de plata. Yo tengo historias que no se han inventado atrapadas en los puños y la piel erizada con el frío bebé de octubre, planetas en las puntas de mis vellos, de nuestros vellos, bellas puntas de aserrín, construyéndome un cuerpo compensando la muda de mis injertos yertos, bellos, muertos, sin cabellos ni caballos ni los vellos de los cielos.
Me di cuenta que la luna es alopécica, no por ser acéfala, sino por ser hembra.
Pierde la vida a mechones al romper el día, despunta el alba con sus hilos de plata y con ellos teje las nubes en su suelo.
Nos habían mentido, las nubes son de plata, jamás lo han sido de algodón.
Vamos amando la ternura con la que tejemos el pasado, no nos bastan las promesas de los tiempos que mastican los segundos de nuestro andar lampiño, pardo besuqueo de los labios trémulos; y de pronto olvidamos la manera en que nos destrozan el ansia las serpientes. Son de plata las serpientes, y son de plata los gusanos.
Tengo los puños llenos de historias, un cataclismo me comienza a dar vueltas bajo el vientre. Dejo de respirar. Dejo de sentir el frío de la mañana, la punzante sutura que va afrontándome la vida mutilada. Poco a poco me vuelvo presa de la fricción de los planetas. Y el tiempo, que es tangible cuando se es yerto, desmorona el sentido de las letras que enfiladas van contando historias de mis puños.
Ya no voy a poder seguir amando al revés del tiempo y con la piel volteada al universo.
Masticándome los codos quiero dormir eterno, camuflado en la manía de la estrofa que jamás concluye un sentimiento propio de moral. Los valientes lloran. Los cobardes ríen.
Fin del gris. Bienvenidos sean los años hexacromáticos.
Amén a los distintos. Amen a los pecadores.
Algoritmos de fraguada bondad.
Fin.
(y aunque no tengas cabello, luna, así eres bella)
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