No se marcar el latido para que aparezcas, para que los sentidos se nos vuelvan uno como la armonía del sax, sinfonía de ninfa que abraza el aire y salpica el cosmos de advertencia.
Ayer un suspiro se me escapó del esqueleto, quería lamentarse, pedirle perdón a tu ausencia en un intento por colársete en la esencia. Luego recordé como se palpan los pulmones, como se puede construir castillos en el aire, como un pájaro muere en los barrotes angustiosos, rayo centrípeto, agua célibe que enjuaga el vino.
Ven, juguemos a que estamos completos; pretender un alma no basta para enmudecer la noche que retiembla. Y los ojos se marchitan, los naranjos pierden su luz pero renacen en el bosque de tu pelo, tejes el mundo con un sueño, vuelas libre y de todas formas, caes, pereces. Te apareces.
Y acá abajo, esperándote en el mundo, invento un jardín de nubes. Te atrapo, pedazo a pedazo, te reconstruyo y te pido permiso para amarte, primero un rato, luego otra vez y después, para siempre.
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