
Esta historia no es de arena, ni de mazapán, ni de heridas mal labradas, ni de reyes fenecidos, ni de cuerpos olvidados en la carretera, ni de vientres vacíos, ni de la tinta de los veintiocho días, ni de ciudades corrompidas, ni del sexo animal, ni de los muros derribados.
Esta historia es de historia misma, es de cuentos paridos por el tiempo que sucumbe al golpetear de las castañuelas, al llover de los días anaranjados, al pisar tan fuerte de los gigantes que sostienen la luna en el firmamento.
Esta historia es un bebé del mundo, de la orgía interracial de su medicina, del esperma que se pega eyaculado en la piel bronceada, que se descarapela por el sol ardiente.
Este bebé tiene miles de años, pero apenas va a abrir los ojos; este bebé no gatea, repta; este bebé no llora, se estremece; este bebé no come del pecho de su madre, exprime a lengüetadas el ácido calostro de la puta longeva, tan fértil y tan marchita.
Este bebé es una historia de viajes en el tiempo, de volar sobre los estrechos, sobre las montañas blancas de nieve, sobre las puertas del infierno, sobre la tierra del sol naciente, sobre las huellas de los elefantes, sobre las garras del estrago imperdonable que provocan sus garritas tiernas.
Este bebé es tuyo.
Este bebé es nuestro.
Este bebé se va a quedar aquí.
Para siempre.
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