
Entonces la avenida se apagó en puntos de oscuro y cal, de días soberbios en prosa hiriente, y las memorias, en frías espigas que consumían los breves arañazos sobre la piel lacerada.
Gotas. Chorros y cascadas. OCÉANOS que deambulan ciegos e infinitos. Divinas más no cuerdas son las voces que soslayan con abrupto al gemir violento, mientras seca el día llantos obsoletos que escriben ríos y soledades. Soledades reunidas y plétoras amargas, rojas y moradas, drenando los aires condensados del animado estuche.
Y todo por las noches que soñó despierta la avenida, como el ciego ruiseñor que compone tras el frío encierro, noches de humo y brisa, eterno alado con el mar a su lado, helado, aires promiscuos y azulados con destellos en la madrugada inalcanzables.
Como si en secuencia cayeran las noches en vela, requiere el gozo ceder un poco al menos, redimir el engaño que le provocó el olvido, desenvolver recuerdos y hacer trizas memorias ardientes, de besos secos, rendidos a la marea hedonista de sueños y días grises… menudas ocasiones.
Y los demonios se hacen notar en la espuma de la marea, sin miedo… porque el miedo muere cuando el mar luce encantadoras luciérnagas y adornos fugaces, y el agua corre en arrebatos gruesos de húmedo y salado. REMOLINOS.
Como el ruiseñor que canta ciego y cautivo.
Como el agua que baña ardiente la piel herida.
Como la brecha que se abre cual bestia en celo.
Y todo por las noches que soñó despierta la avenida…
Todo sea por la distorsión enferma, que nos roba el sueño y nos vuelve falsos.
Ni el mar ni las montañas se estremecen ya, ni por el frío que les seduce.
¿Y nosotros? nos hemos vuelto solo piel… porque la vida no es más que un estado de ánimo.
Y seguimos pidiendo auxilio….
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