
Una esquina, y el callejón se disuelve en los murmullos circulantes. De madrugada, el aire tan pesado como el plomo y tan fétido como la cripta putrefacta, impresiona con su ligero fluir a tiempos densos. Así me envolvía el andar centrípeto, directo al núcleo, directo al principio de todos los cuentos, de todas las horas.
Un adiós, y la memoria se desvanece lentamente. ¿A poco no duele la inconciencia de un amorío vano? ¿A poco no sacude tus piernas lo impertinente de una caricia al momento inadecuado? Aunque un beso nunca esté de más, su humedad refriega en la erección de los vellos que tapizan la piel morena. ¿A poco no es mejor dejar de prometer y comenzar a actuar? Verás que los momentos no son tan regocijantes cuando se está por cometer pecado alguno, tan inexperto a la bulla de las ciudades grises, porque una esquina y un adiós son mas inverosímiles que un aliento sin aroma. Más cuando las calles no tienen banqueta y el castellano ha eliminado las palabras de despedida en su vocabulario. Se traban tus labios al retorcérseles la lengua con desdén, imperiosa, incauta y grosera a mi humedad.
Cuando las letras se vuelven groseras, que chillen las putas sobre mis páginas, que hagan poesía, que hagan más vida de vida muerta, que hagan gloria con el fortuito placer sucumbido por la tentación enferma.
¿A poco no duelen más las groserías? ¿A poco no sacude tus piernas el dolor que influyen a tus oídos su acerbo penetrar en ellos? Aunque la culpa pese con furia en la sensibilidad ajena, su temple, su latir se queda en tu cabeza, en tus entrañas, en mis adentros, porque soy tú, pedazos de hombre entre tus piernas, porque en tus piernas se consume el deseo de los corazones podridos de latir, y de ser fieles, y de ser libres.
Una esquina y un adiós, cuando la niebla se traga el ardiente mover de tus caderas y tu pecho incita escotado la mirada sedienta de más cosas obsoletas. Unos cuantos billetes y tu cuerpo se sacude ante mi, y ante todo el que lo desea.
Y mi corazón llora tu agonía al pensar tu piel bajo otras manos, lo suficiente para quedar deshecho en celos furtivos que no deberían ser.
Me pregunto, ¿duele más ser libre y quedar preso, o duele más ser preso y quedar libre?
Una esquina y un adiós, cuando el placer hubo consumado el deseo.
Tan sólo espero que no marchiten tu piel otros labios.
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